martes, 6 de septiembre de 2011

el modelo de sustitución de importaciones (1941---1954)

MODELO DE SUSTITUCIÓN DE IMPORTACIONES (1941 A 1954)
Con el ascenso de Manuel Ávila Camacho al poder (1 de diciembre de 1940 a 30 de noviembre de 1946), se empiezan a gestar las condiciones que requería el proceso de industrialización del país: la estabilidad política, la diversificación de la estructura productiva y el crecimiento económico, el paso de una economía agraria a una de tipo industrial y, sobre todo, el control de los trabajadores a fin de facilitar la conformación de una clase empresarial nativa y la consecuente acumulación de capital.
En febrero de 1941, durante el Segundo Congreso Nacional de la CTM, Vicente Lombardo Toledano, seguidor de las políticas obreras de Cárdenas, terminó su periodo como secretario general y su lugar fue ocupado por Fidel Velásquez. Con este cambio de dirigencia, la CTM abandonaba su lema de “lucha de clases” para sustituirlo por otro de “colaboración con el capitalismo nacionalista” en aras de la “unidad nacional” que alentara la Segunda Guerra Mundial:
“La promesa de Manuel Ávila Camacho fue la unidad nacional. México la necesitaba en el frente externo, sobre todo cuando entró en la guerra mundial, y la necesitaba también en el frente interno porque había problemas pendientes muy serios en el campo y la ciudad (…) En 1940 México tenía cerca de 20 millones de habitantes, la mayoría de los cuales vivía en zonas rurales, el 64 por ciento de los mexicanos era analfabeta y la esperanza de vida al nacimiento promediaba 41 y medio años, el país era un terreno fértil para el contraste y las contradicciones (…) El temperamento de Ávila Camacho, formado en el equilibrio entre la fe católica y el deber militar, lo llevó a establecer acuerdos con la iglesia a partir de afirmar públicamente su catolicismo (…) La iglesia y las clases alta y media veían un gran agravio en el dogmatismo del artículo tercero constitucional, reformado en 1934, que prescribía una educación socialista obligatoria para todos los mexicanos… ”.
De esa manera, el 11 de junio de 1942, y mediante el Pacto de Unidad Sindical firmado por el presidente Ávila Camacho, los trabajadores organizados de la CTM, la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y otras uniones sindicales de mineros, metalúrgicos y textileros, se conformó el Consejo Nacional Obrero, antecedente de lo que después sería el Congreso del Trabajo, donde se unificaron esfuerzos para manejar la producción y controlar los derechos de los trabajadores. En claro contraste con las políticas laborales del cardenismo, este Consejo significó una tregua en la lucha contra el capital en aras de la “unidad nacional”.
Para Ávila Camacho era fundamental modificar la política obrera y reducir el poder de los trabajadores organizados, y Fidel Velásquez al frente de la CTM fue la vía para establecer la nueva relación entre trabajadores y gobierno:
“Fidel Velásquez, líder moderado y de ideología camaleónica, inició su ascenso definitivo al liderazgo obrero, se convirtió en el protagonista clave entre los obreros, los empresarios y el gobierno (…) Uno de los aciertos del régimen de Ávila Camacho fue apoyarse en las dotes negociadoras de Lombardo Toledano, paisano y amigo del presidente, quien logró para el gobierno el apoyo mayoritario de los obreros y la firma de un acuerdo con los patrones que sería un pilar de la política de unidad nacional de presidente, el propósito era sentar las bases de la Revolución Industrial en México…”.
Así, Ávila Camacho canceló el “radicalismo” cardenista, desapareció al sector militar del partido oficial (que con Cárdenas se había transformado en el Partido de la Revolución Mexicana, PRM) y en 1943 creó la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) que aglutinó a las capas medias (empleados públicos, profesionales, trabajadores libres, algunos empresarios y otros núcleos sociales) que apoyaban la política de “unidad nacional” del presidente. Al final del sexenio, el partido oficial era enteramente distinto y abrió el paso para el nacimiento, el 18 de enero de 1946, al actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), que institucionalizó las estructuras para un nuevo proyecto político y económico del país. Con el PRI, los proyectos de reformas sociales y políticas de la Revolución fueron sustituidos por otro: la industrialización y el crecimiento económico. El lema del PRI fue: “democracia y justicia social”.
Con la transformación del partido oficial, el país se abrió al capital extranjero, se reglamentaron los derechos laborales y, al crearse la Oficina de la Pequeña Propiedad, se favoreció el latifundismo, pues se dividieron enormes extensiones de tierra en predios que, al registrarse a nombre de distintos miembros de una familia, aparecían como pertenecientes a pequeños propietarios. Así, en lo social se fomentó la “cooperación” entre las clases sociales (capitalistas, terratenientes, obreros y campesinos) en la búsqueda del interés superior de la nación: la industrialización y el crecimiento económico.
No se cancelaba la lucha de clases, sino que más bien se pedía y se obtenía la subordinación de obreros y de campesinos al gobierno y, por esa vía, al capital nacional encargado de conducir el proceso de industrialización con el apoyo irrestricto del Estado.
Con Miguel Alemán, que gobernaría del primero de diciembre de 1946 al 30 de noviembre de 1952, se profundizaría la modernización del país haciendo a un lado los postulados y los principios de la Revolución mexicana plasmados en la Constitución de 1917, ante lo cual Daniel Cosío Villegas lanzó la tesis, publicada a fines de 1946 en Cuadernos Americanos, de la muerte de la Revolución mexicana: “en el olvido han quedado las causas por las que luchara el pueblo”.
El “cachorro de la Revolución”, como pronto se conoció al presidente Miguel Alemán, tenía todo para mostrarse siempre con la sonrisa de un hombre de mundo: orgulloso de sí mismo, triunfador y popular entre las mujeres, estaba dispuesto a enseñar a los mexicanos a pensar en millones... y eso se dedicó a hacer.
Miguel Alemán, joven abogado de 46 años, era típico producto del México postrevolucionario: hijo de general, había sido diputado, senador y gobernador de Veracruz. Representaba a la nueva generación egresada de la Universidad, y ni tardo ni perezoso llenó su gabinete de profesionales y al país de licenciados. Tras un desfile de generales en el poder, la modernidad exigía al primer mandatario civil. Para completar el cuadro, Alemán había combinado su carrera política con un próspero negocio de urbanización, lo cual proyectaba la necesaria imagen de un empresario deseoso de modernizar el país, interés compartido por amplios sectores de políticos e industriales. En palabras del empresario Juan Sánchez Navarro:
“Don Miguel tuvo como idea fundamental el desarrollo económico de México, y se rodeó, desde el primer momento se vio el gran cambio, se rodeó de un gabinete de universitarios, la mayor parte de los ministros del régimen del licenciado Alemán fueron compañeros de estudios de él, y la mayor parte eran profesores de la facultad de derecho. Entonces, claro, fue un cambio formidable, de los gabinetes de caciques, especialmente militares de la época anterior, a los hombres de la universidad manejando el país, pues había un abismo. Se inicia la etapa civil de la vida mexicana”.
Tantas fueron las expectativas generadas por el alemanismo, que en octubre de 1947 la CTM, la central obrera más numerosa, decretó que todos sus miembros pertenecieran al PRI. En noviembre, el Partido Comunista se alió al gobierno, porque el alemanismo era la “burguesía progresista”.
De esa manera, con Miguel Alemán y el PRI se iniciaba un nuevo proyecto de la elite política y económica, encaminada a sustituir las importaciones y fomentar el crecimiento agrícola para exportar productos y satisfacer las demandas de la población, así como las importaciones de bienes intermedios y de capital que requería la industrialización. Adicionalmente, la industrialización alemanista requería obras de riego, electricidad, carreteras, vías férreas y escuelas para preparar a los trabajadores; en una palabra, la modernización del país:
“El día de su toma de posesión, Alemán prometió la modernización del país por la doble vía del crecimiento industrial y el crecimiento de la producción agrícola (…) En los años 40 México carecía de la infraestructura necesaria y de un programa de desarrollo que le permitiera explotar eficazmente sus recursos naturales. El gobierno alemanista efectuó cuantiosas inversiones para abrir vías de comunicación, generar más electricidad y aumentar la producción agrícola (…) En el periodo alemanista se construyeron las carreteras de Cuernavaca (la primera de cuatro carriles), la Panamericana, la de Acapulco y la Transístmica, así como los ferrocarriles del sureste y el de Baja California (…) La apertura de carreteras y la ampliación de vías férreas abarcaron la geografía nacional, dibujando el perfil del México en gestación, eran las arterias por las que correrían, a lo largo y ancho del país, materias primas, alimentos y mercancías (…) Este magno proyecto se redondeó con la ampliación de los puertos marítimos y una moderna red de aeropuertos: México, Acapulco, Ciudad Juárez y Tijuana, entre otros (…) 20 por ciento de la inversión total bruta en el periodo se destinó al campo, la mayor parte se utilizó en la construcción de presas en zonas donde se practicaba, o se podía practicar, una agricultura de alto rendimiento (…) En sólo unos años, el presidente empresario realizó el sueño de los sonorenses: crear la agricultura mexicana moderna, punto de partida para subsidiar el nuevo paradigma de
El origen de este modelo responde a la corriente de pensamiento económico denominada estructuralismo o desarrollismo y a la teoría de la dependencia, ambos pensamientos infieren, que los países ricos explotan a los pobres y que, en consecuencia, las relaciones económicas internacionales perjudican a éstos últimos[.]
Se pueden citar tres pilares fundamentales de este modelo:[]
  • Política industrial activa: subsidios y dirección del estado para la producción de sustitutos.
  • Barreras al libre comercio (proteccionismo): altos aranceles a la importación.
  • Política cambiaria o monetaria: tipo de cambio elevado.
De esta manera se crea en Latinoamérica la CEPAL, para la citada institución la tendencia al deterioro de los términos de intercambio de los países en desarrollo (productores de bienes primarios) era causada por las características del progreso tecnológico y las condiciones socioeconómicas existentes tanto en los países ricos como en los países pobres del sistema capitalista mundial y citan las siguientes características:[]
  • El progreso técnico sustituye productos primarios por productos manufacturados, lo que ocasiona un descenso de la demanda por productos primarios y, por tanto, una disminución en los precios de los mismos.
  • El progreso técnico ocasiona que el producto final requiera menor cantidad de productos primarios, con efectos similares a los del primer punto.
  • La elasticidad-ingreso de la demanda por alimentos es menor que la unidad en los países avanzados, de tal manera que el crecimiento del ingreso implica un crecimiento menos que proporcional en su demanda.
  • Los países avanzados han establecido una política proteccionista sobre bienes primarios (estableciendo aranceles, cuotas y subsidios al comercio internacional).

Consecuencias positivas

Este modelo económico es considerado característico del período posterior a la crisis del 30 y hasta la primera mitad de los años 1970 en Latinoamérica. Tuvo especial auge en el período del populismo latinoamericano (años 1940 y años 1950), y en el de los gobiernos desarrollistas (años 1960). En algunos países, en la década de 1960, se logra avanzar en la segunda etapa de producción de bienes duraderos, se genera una nueva industria con tecnología moderna e inversión extranjera directa (IED) aunque muy dependiente de los insumos importados y dirigida al mercado interno.[] Algunos de sus logros parciales fueron:[4][]
  • Aumento del empleo local.
  • Estado de bienestar y garantías de protección al trabajador.
  • Baja dependencia de los mercados extranjeros.
  • Mejora de los términos de intercambio.
  • Nacimiento de sectores industriales nacionales, en especial la pequeña y mediana empresa.
  • Excedente de mano de obra calificada.
  • Temprana madurez del sector servicios, que llegó a proporciones similares a la de los países desarrollados.
  • Un alto nivel de empleo entre los jefes de familia, el desempleo afecta principalmente a mujeres y jóvenes que poseen menor calificación.
Por ejemplo en Argentina, los indicadores del mercado de trabajo para el período 1945-75 muestran que había alcanzado cierto grado de madurez que la hacían comparable a los países más desarrollados: elevada tasa de urbanización y empleo formal, alta participación de los asalariados en la Población Económicamente Activa, amplia difusión de la escolarización en la Población Económicamente Activa, desarrollo del sector servicios, a lo que habría que agregar, buen nivel de remuneraciones y cobertura de seguridad social.[]

Consecuencias negativas

Si bien la mayoría de sus críticos reconocen que este modelo no sufrió problemas graves como los que se presentan en otras economías menos desarrolladas, las críticas a la estrategia Industrial de Sustitución de Importaciones tenían varios ejes[5][2][]
  • Elevados precios de bienes manufacturados e inflación.
  • Deuda externa.
  • Saldos comerciales negativos.
  • Ineficiente asignación de recursos.
  • Muchas exportaciones seguían siendo de bienes primarios que seguían sujetos al deterioro de los términos de intercambio.
  • Una tasa de empleo inferior a la de otros países con el mismo nivel de desarrollo.
  • Presiones inflacionarias asociadas a la lucha por la distribución del ingreso en una economía de productividad media baja.
  • Estrechez del mercado interno que impedía aprovechar las economías de escala para bajar costos.
  • Falta de protagonismo nacional para hacer de la innovación tecnológica un dinamizador del sector industrial (alta dependencia de la inversión de empresas extranjeras).
  • Subsidio a empresas propició formación de monopolios.
  • El sector industrial no se preocupó por conquistar mercados externos, destinaba su producción al consumo interno y de esta forma requería de la producción primaria para conseguir las divisas para comprar bienes de capital; reproduciendo la relación de dependencia que el mismo modelo pretendía evitar.

] Agotamiento del modelo

No mucho tiempo después del comienzo de la aplicación de este modelo económico en distintos países en desarrollo, empezaron a evidenciarse dos problemas fundamentales vinculados al mismo: la inflación y el desequilibrio externo.[2] Lo que producía un ciclo de crecimiento (avance) y retroceso (caída) en períodos más o menos regulares, siendo este modelo responsable de varios periodos hiperinflacionarios vividos en países como Brasil o Argentina por ejemplo. La razón es que al contrario de lo que se pensó, el modelo requería en su fase expansiva la importación de bienes de capital e intermedios, que teniendo en cuenta el desaliento al sector exportador, generaba un desequilibro persistente, que finalmente debía ser resuelto mediante periodos inflacionarios y eventualmente hiperinflacionarios, luego de los cuales el ciclo recomenzaba.[2]
La devaluación actuaba como un dañino mecanismo de distribución de recursos e impulsaba al consumo para evitar la desvalorización de la moneda, lo que producía una ilusión de riqueza siempre que la desocupación se mantuviera baja y el mercado laboral no exigiera una alta capacitación. Como corolario no se fomentaba el ahorro interno ni la inversión.[5]
Las industrias que nacieron con el modelo no fueron capaces de afrontar sus gastos en el mediano plazo, se transformaron en industrias que dependían de las divisas, pero no las generaban. El Estado se volvió el gran protector de la nueva industria a través de los subsidios, obteniendo divisas vía endeudamiento externo.[3] El mismo proceso degenerativo sufren varias filiales de empresas extranjeras e industrias estratégicas locales que habían sido nacionalizadas en algunos países latinoamericanos pensando en aplicar la sustitución de importaciones.
La sustitución de importaciones fue aplicada en la mayoría de las veces por regímenes caudillistas o nacionalistas tanto del populismo autoritario como por las juntas militares que buscaban superar lo que para ellos era un modelo negativo, el de ser exportador de primarios-importador de secundarios; y para algunos autores el fracaso de la sustitución de importaciones puede tener relación con la inestabilidad política que acompañó a la época. Al perjudicar a las nacientes industrias nacionales dificultándoles el acceso a bienes extranjeros vitales para la producción local, en cierta medida la ISI truncó el desarrollo de la región. Cuando las condiciones del mercado internacional cambiaron en los años 80, los países de América Latina vieron duplicada o triplicada su deuda. Las altas tasas de interés propiciaron la fuga de capitales de América Latina hacia las plazas financieras estadounidenses, que ofrecían mayores ganancias sin los riesgos y los plazos necesarios en el sistema productivo. En estas circunstancias el modelo de sustitución de importaciones fracasa definitivamente, la producción doméstica pierde competitividad, se produce déficit en balanza comercial, el producto interno bruto desciende y los niveles de pobreza aumentan.
Para cambiar este escenario de estancamiento provocado por la ISI varias naciones de la región llevaron adelante tibias políticas económicas de liberalización unidas a la expansión crediticia de los bancos centrales (imprimir más dinero) buscando sobretodo la solvencia del Estado. Se da una desnacionalización de algunas empresas nacionales que ya no gozan de la financiación del Estado; hay una fuerte restricción del crédito interno, caída de la demanda interna, y devaluación que se traduce en quiebra y en adquisición de las empresas por parte del capital extranjero en condiciones de absoluta ventaja.[]



















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